CARTA ABIERTA

a todas las fraternidades de la Orden
por parte de los hermanos
reunidos en el 202º Capítulo General Ordinario 2019

  

Comen­ce­mos, her­ma­nos, a ser­vir al Señor Dios,
pues esca­so es o poco lo que hemos ade­lan­ta­do.” (1Cel 103: FF 500)

 

Noso­tros, her­ma­nos con­vo­ca­dos en el 202º Capí­tu­lo gene­ral ordi­na­rio, desea­mos com­par­tir con uste­des, que­ri­dos her­ma­nos, la bella y sig­ni­fi­ca­ti­va expe­rien­cia vivi­da duran­te estos días de fraternidad.

Somos 130 her­ma­nos en repre­sen­ta­ción de todos los paí­ses don­de la Orden está pre­sen­te. De entre noso­tros, 96 son voca­les, 13 oyen­tes; otros her­ma­nos, no pocos, se ocu­pan de la secre­ta­ría como tra­duc­to­res, intér­pre­tes, ani­ma­do­res litúr­gi­cos…: a todos ellos nues­tro agra­de­ci­mien­to por los muchos e indis­pen­sa­bles ser­vi­cios, ofre­ci­dos con labo­rio­sa sencillez.

Nos hemos reu­ni­do el 18 de mayo en Asís, en el Sacro Con­ven­to, cuna y cora­zón de nues­tra Orden. Los días que ahí pasa­mos jun­to a la tum­ba del será­fi­co padre san Fran­cis­co, han sido pre­pa­ra­dos y entre­te­ji­dos con algu­nos fuer­tes momen­tos de ora­ción y refle­xión. Por nom­brar uno, recor­da­mos el reti­ro teni­do por el Car­de­nal Luis Anto­nio Tagle y la Misa solem­ne pre­si­di­da por el Obis­po de Asís, Mons. Dome­ni­co Sorren­tino, en la fies­ta de la Dedi­ca­ción de la Basí­li­ca de San Fran­cis­co. ¿Y cómo no men­cio­nar la ora­ción con los ‘nue­vos san­tos’ vin­cu­la­dos a nues­tra Orden y reco­no­ci­dos por la Igle­sia, así como los sen­ci­llos momen­tos de ora­ción per­so­nal ante la tum­ba de nues­tro padre San Francisco?

Estos pri­me­ros días se han carac­te­ri­za­do por la veri­fi­ca­ción del últi­mo sexe­nio. Nume­ro­sas han sido las intere­san­tes rela­cio­nes pre­sen­ta­das en aula. Cier­ta­men­te, la que mayor­men­te ha lla­ma­do nues­tra aten­ción y refle­xión, ha sido la rela­ción ofre­ci­da por el ex Minis­tro gene­ral Fray Mar­co Tas­ca, ela­bo­ra­da con la con­tri­bu­ción de todo su Defi­ni­to­rio. A Fray Mar­co ya le hemos mani­fes­ta­do y le reite­ra­mos nues­tro más sen­ti­do agra­de­ci­mien­to y aprecio.

El 25 de mayo, los her­ma­nos capi­tu­la­res se han reu­ni­do, con gran ale­gría, para la elec­ción del nue­vo Minis­tro gene­ral. Des­pués de la invo­ca­ción al Espí­ri­tu San­to, las puer­tas del aula se cerra­ron y los her­ma­nos, con fe y tre­pi­da­ción, han ele­gi­do a Fray Car­los Alber­to Tro­va­re­lli como 120º Minis­tro gene­ral de los Her­ma­nos Meno­res Con­ven­tua­les. Des­pués de la elec­ción, todos los reli­gio­sos pre­sen­tes en el Sacro Con­ven­to, capi­tu­la­res y muchos otros her­ma­nos, han mar­cha­do en pro­ce­sión hacia la tum­ba de San Fran­cis­co para el jura­men­to del nue­vo Minis­tro y para un momen­to de inten­sa y fra­ter­na ora­ción. Para muchos de noso­tros, pro­ve­nien­tes de muchos paí­ses y de diver­sas cul­tu­ras, ha sido con­mo­ve­dor sen­tir­nos her­ma­nos cer­ca de la tum­ba del Pobre­ci­llo de Asís: saber­nos fami­lia y per­te­ne­cien­tes a una úni­ca Orden. El lunes 27 de mayo con­ti­nua­mos con la pre­sen­ta­ción y vota­ción del Vica­rio gene­ral, del Secre­ta­rio gene­ral y de los otros sie­te defi­ni­do­res y asis­ten­tes para cada Federación.

Con el gobierno de la Orden al com­ple­to dimos por con­clui­da nues­tra per­ma­nen­cia en Asís, tras­la­dán­do­nos a Colle­va­len­za, a la Casa del Pere­grino, edi­fi­ca­da jun­to al San­tua­rio del Amor Mise­ri­cor­dio­so. En este con­tex­to de ale­gría y fra­ter­ni­dad, reco­gi­dos en medio de la belle­za de las coli­nas de Umbría, hemos podi­do refle­xio­nar y dis­cer­nir sobre algu­nos temas fun­da­men­ta­les de nues­tra vida de fra­ter­ni­dad y apostolado.

Antes que nada, que­re­mos evi­den­ciar y com­par­tir con uste­des, que­ri­dos her­ma­nos, la dimen­sión de la fra­ter­ni­dad: el estu­dio y la apro­ba­ción de los nue­vos Esta­tu­tos Gene­ra­les, la refle­xión y dis­cu­sión sobre el Dis­ci­pu­la­do Fran­cis­cano, la Ratio Stu­dio­rum y otras mocio­nes, no siem­pre ha sido fácil. Muchas veces, en el aula han sur­gi­do dis­cu­sio­nes y diver­si­dad de opi­nio­nes, pero, con una bue­na escu­cha recí­pro­ca y un aten­to diá­lo­go, la diver­si­dad se ha trans­for­ma­do en una oca­sión de cre­ci­mien­to y de uni­dad fra­ter­na. Hemos podi­do expe­ri­men­tar en car­ne pro­pia la ale­gría y la belle­za de la fra­ter­ni­dad al eri­gir por acla­ma­ción dos nue­vas Pro­vin­cias: Kenia e Indo­ne­sia. Duran­te varios minu­tos, los her­ma­nos reu­ni­dos en la sala capi­tu­lar han aplau­di­do y exul­ta­do: algu­nos tenían los ojos hume­de­ci­dos por la emo­ción; otros, con voz que­bra­da y ale­gre, se abra­za­ban y se feli­ci­ta­ban mutua­men­te. La ale­gría y la belle­za del estar jun­tos se ha mani­fes­ta­do visi­ble­men­te en los fes­te­jos pre­pa­ra­dos por nues­tros her­ma­nos kenia­nos e indo­ne­sios, así como en las bellas pere­gri­na­cio­nes a Cor­to­na y a la Basí­li­ca de San Anto­nio el día de su fies­ta, en los paseos a Peru­gia y Arez­zo: ha sido her­mo­so tor­nar a las raí­ces de nues­tra Orden, expe­ri­men­tan­do la sen­ci­llez de la bien­ve­ni­da y la aco­gi­da, así como la ale­gría de la vocación.

Otro tema que que­re­mos com­par­tir con uste­des, que­ri­dos her­ma­nos de todo el mun­do, es el de la misión. Duran­te varias horas, en la sala capi­tu­lar y en momen­tos de fra­ter­ni­dad (refec­to­rio, pasi­llos y tiem­po libre) hemos pro­fun­di­za­do y dis­cu­ti­do sobre cómo pode­mos ser fran­cis­ca­na­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vos en nues­tras fra­ter­ni­da­des: tan­to en la misión ad gen­tes como en la nue­va evan­ge­li­za­ción. Tam­bién hemos bus­ca­do pre­sen­tar nue­vas pro­pues­tas acer­ca de la cola­bo­ra­ción con los lai­cos y sobre eco­lo­gía, ade­más de afron­tar varias pro­ble­má­ti­cas a la luz de los sig­nos de los tiem­pos. Nues­tra aten­ción tam­bién se ha cen­tra­do en la pas­to­ral juve­nil, en el dis­cer­ni­mien­to voca­cio­nal y en las cri­sis de los reli­gio­sos: ¿cómo no refe­rir –no sin tris­te­za- las sali­das de la Orden de muchos her­ma­nos? Todos estos pun­tos cons­ti­tu­yen para noso­tros otros tan­tos desa­fíos. Pero esta­mos cier­tos que, en este momen­to espe­cí­fi­co de tur­ba­mien­to para la socie­dad, la Igle­sia y nues­tra Orden, la espe­ran­za que hemos pues­to en Dios no que­da­rá defrau­da­da. Si nos preo­cu­pa­mos por rea­li­zar una for­ma­ción más esme­ra­da, una vida espi­ri­tual inten­sa y radi­cal, sin dejar de pres­tar aten­ción a la per­so­na, sere­mos ben­de­ci­dos y sos­te­ni­dos para poder vivir la voca­ción como una dona­ción a Dios y a los her­ma­nos, para poder supe­rar o trans­for­mar los momen­tos de cri­sis, can­san­cio y extra­vío de significado.

Ter­mi­nan­do este Capí­tu­lo gene­ral ordi­na­rio pode­mos decir que, a pesar de nues­tra diver­si­dad y nues­tras difi­cul­ta­des, regre­sa­mos a nues­tras comu­ni­da­des lle­nos de con­fian­za. Jun­to con uste­des –y con la ayu­da de la Vir­gen María y de nues­tros ama­dos san­tos, bea­tos y vene­ra­bles fran­cis­ca­nos- sere­mos capa­ces de reno­var las fuer­zas, la espe­ran­za y el valor para seguir a Jesús a tra­vés de nues­tro caris­ma fran­cis­cano. De este modo, como al Señor le agra­da, logra­re­mos ser un signo de recon­ci­lia­ción: en armo­nía con toda la crea­ción, desea­mos lle­var la paz a muchos her­ma­nos y her­ma­nas que viven a nues­tro lado, sobre todo a cuan­tos expe­ri­men­tan la pobre­za en las peri­fe­rias del mundo.

Por últi­mo, que­re­mos decir­les que, duran­te esta asam­blea capi­tu­lar ‑sin lugar a dudas‑, hemos adver­ti­do la fuer­za de la ora­ción ince­san­te y sin­ce­ra, que como ver­da­de­ros her­ma­nos uste­des han ele­va­do a Dios tam­bién en favor nues­tro. ¡Se los agra­de­ce­mos mucho! Y tam­bién esta­mos agra­de­ci­dos con uste­des por la con­fian­za que han pues­to en nosotros.

Agra­de­ce­mos a Dios por todo el bien del cual nos hace des­ti­na­ta­rios y tes­ti­gos. Enco­men­da­mos al Espí­ri­tu San­to el ser­vi­cio que el nue­vo Gobierno está lla­ma­do a ofre­cer a toda la Orden. Rogan­do a Dios por ellos, pedi­mos humil­de­men­te a San Fran­cis­co su ben­di­ción para todos:

 

«El Señor te ben­di­ga y te guarde;
te mues­tre su faz y ten­ga mise­ri­cor­dia de ti.
Vuel­va su ros­tro a ti y te dé la paz.
El Señor te ben­di­ga…» (BenL 1–2; FF 262).

Colle­va­len­za, 16 de junio 2019.
Los her­ma­nos del CCII Capí­tu­lo Gene­ral Ordinario.